viernes, 16 de marzo de 2007

El saxofón elegíaco


Leo en la página 444 de mi librito El jazz, de Joachim E. Berendt (México: FCE, 1998):
El noruego Jan Garbarek ejerció una especial influencia en los años setenta y ochenta. En forma dramática, Garbarek ha dado al llameante cry de los tenoristas del free jazz –sobre todo al de Coltrane en su última época, pero también al de Albert Ayler y Archie Shepp- un carácter de frialdad, de elegía y de estética. Se modo de tocar, rico en pausas, es a la vez expresión de queja y alegría. El saxofón tenor de Garbarek llora, pero no se lamenta. Sus líneas abren espacios de amplitud verdaderamente mágica: imágenes de ensueño en las que se entretejen en ensimismada belleza elementos de la música popular escandinava, del free jazz y de músicas rituales asiáticas. En el fondo, Garbarek es el único saxofonista tenor europeo que ha influido también en la escena norteamericana, lo cual es mucho más notable porque su obra ha tenido un asombroso distanciamiento de las raíces afroamericanas del jazz, y en lugar de ellas acentúa las fuentes de la música europea, en especial de la música popular escandinava.
Berendt hace una o dos menciones más de Garbarek y lo deja pasar. Total, se trata de una historia del jazz, no de un tratado sobre un solo autor. Y sin embargo no quedo satisfecho.

Muchas veces resulta relevante que tal o cual músico haya nacido en determinado lugar. El jazz no es la excepción. A eso podemos llamarle romanticismo o como queramos, lo cierto es que el entorno melódico tradicional llega a resultar tan importante que definitivamente marca (por decirlo de alguna manera) el estilo que cada músico genera una vez que ha concluido una formación profesional y emprende el largo camino de la búsqueda individual. Así, resulta completamente relevante que Jan Garbarek haya nacido en las heladas tierras de Noruega, muy al norte de Europa, donde el sol no se oculta durante el verano y donde las sombras señorean el paisaje en invierno. No encuentro otra explicación para acercarme a su música (tersa, suavemente intensa, bastante contemplativa) más que largas horas mirando fíjamente superficies blanquísimas, a resguardo de la nieve y el frío. Es probable que haya nacido bajo la protección de Forseti, la divinidad nórdica de la concordia, la paz y la amistad. Basta escucharlo un poco para estar de acuerdo.

La carrera musical de este saxofonista tenor y soprano resulta interesante por la versatilidad de que ha dado cuenta a lo largo de casi cuarenta años de trabajo, pues ha transitado del jazz avant-garde a lo que podríamos llamar (sin ningún fin peyorativo) música new age. Pero esto para mí carece de importancia. Lo que en cambio sí me deslumbra es la capacidad proteica que ha demostrado para incorporar al jazz cierta música tradicional de los países escandinavos, Medio Oriente, la India o incluso el canto gregoriano. En el primer caso resulta sorprendente el álbum Rosensfole (1989), donde acompaña a la cantante noruega Agnes Buen Garnas en la interpretación de canciones medievales de Noruega. En este disco la presencia de Garbarek es discreta pero decisiva. Nunca toma la delantera a la cantante, la acompaña y genera en torno a ella una atmósfera de intensísima sutileza. En su relación musical con Medio Oriente se encuentra Madar (1993), con Anohuar Brahem, un prodigioso músico de Túnez. Para ejemplificar su relación con la India ahí están Ragas and sagas (1992), con Ustad Bade Fateh Ali Khan, músico paquistaní, y Vision (1983) y Song for everyone (1984), con el inefable L. Shankar (y cuya pieza “Conversation” es una de las mejores que haya escuchado nunca). De la música que podríamos llamar culta (?) no es necesario que hable: en la Ciudad de México un conocido mío cuyo nombre no quiero mencionar distribuye a granel copias pirata de Officium (1993), con The Hilliard Ensemble, un disco insólito donde el canto gregoriano y el jazz se dan un abrazo permanente y definitivo.

A pesar de todo esto, mi admiración incondicional y mi fervor hacia Garbarek tuvo un origen que no quiero omitir. Fue una tarde de cine, ya no recuerdo si en el Centro Cultural Universitario o en la Cineteca Nacional. En la pantalla un par de niños emprendía un viaje a través de la sureña Europa oriental con la finalidad de buscar a su padre, pero conforme transcurría la película lo único que encontraban era penalidades y sufrimiento. En compañía de las imágenes, durante algunas escenas hermosas y sabiamente dilatadas, sonaba algo que no desmerecía de lo que se proyectaba en la pantalla. Era una música dulcísima y triste, suave y melancólica. Muchos años después me enteraría de que ese saxofón era de Jan Garbarek y que Eleni Karaindrou, la compositora de la música en muchas películas de Angelopoulos, era en parte la artífice de algo que se reuniría en Music for films (1991).

Por cierto, Jan Garbarek cumplió sesenta años el pasado 4 de marzo. Enciendo un cigarrito y me pongo a escuchar Star (1991), con Miroslav Vitous en el bajo y Peter Erskine en la batería. Ahora suena “Roses for You”. Celebremos.

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