viernes, 15 de julio de 2011

Borges y el otro

Leo en el libro Egos revueltos (2010), del periodista y ex editor de Alfaguara en España, Juan Cruz, una anécdota que me parece harto elocuente. El contexto es el que sigue.

Por petición de Javier Pradera (periodista fundador de El País, primer director de la delegación española del Fondo de Cultura Económica y a la sazón director de la editorial Alianza), Juan Cruz tuvo que hacer de cicerone de Jorge Luis Borges cuando éste llegó a Madrid por un fin de semana. Era el verano de 1980 y, a pesar de María Kodama, Cruz recuerda a Borges viajando solo.

Es posible imaginar a un anfitrión solícito y cordial describiendo las calles y los fantasmas de una ciudad que no era extraña a Borges pero que éste ya no podía ver en absoluto. También es posible imaginar esa cena en El Bodegón y hasta enternecerse un poco con la ingenuidad de Cruz: que si a Borges le gustaba la palabra vichyssoise, que si el jamón es un alimento que le venía bien porque era ciego, que qué casualidad que entre los ancestros del periodista hubiera alguien apellidado Borges y entre los ancestros de la mujer de éste alguien apellidado Acevedo, que si el escritor había encontrado en el hotel un espacio privilegiado que le permitía distinguir los colores (con excepción del negro y el rojo -¿por qué no el rojo y el negro?), que si el Nobel, y que si window, y que si bungalow. Minucias y etcéteras.

Y entonces, cuando llega el tema de cómo viven los escritores, ese tema que parece intrascendente y fatuo, Borges evoca:

Le dije a un visitante que se quejó de mi casa: “Usted está en ella cinco minutos, yo vivo en ella desde hace setenta años, no se queje”. Me dijo (era mexicano): “Octavio Paz no vive así”. Y yo le replique: “Es que, modestamente, yo soy Borges”.

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