jueves, 11 de septiembre de 2008

Consulado de México en Madrid. 12:30 hrs.


Fulana (con voz gangosa):Ya no deben quedar güey.

Zutano (ídem): No mames, ¡si somos un-chin-gooo! Gira suavemente sobre su eje y con la mirada señala a los que lo precedemos en la fila. Uno de sus pies, el derecho, queda grácilmente apoyado contra la pantorrilla del izquierdo.

Mengano, acompañante de los anteriores, sonríe beatíficamente cuando la escuálida señorita le pregunta que si quiere dos invitaciones (la notificación consular dice “dos invitaciones por persona”) y acto seguido sale a la calle a esperar a sus amigos. Cuando pasa a mi lado puedo leer en su camiseta una palabra que debe de llenar de orgullo a todos los mexicanos: Bimbo.

Enfrente de mí se arremolinan tres muchachas. Siempre con la misma modulación y tonos de voz que los anteriores, alcanzo a escuchar que hablan de cartas de invitación, de retensiones en el aeropuerto, de verificación de cuentas bancarias y de seguros médicos. Son bonitas y huelen bien; están relucientes y frescas como lechugas. ¿Universidades? Ah, sí, cómo no, la Pontificia, la de Salamanca, la Comillas...

Atrás de mí comienza a aglutinarse la gente; la fila serpentea en una pequeña habitación (mitad recepción, mitad oficina) y esquiva sillones, una mesa de centro y llega hasta el mostrador principal. Cualquiera que entre en ese momento tendrá una instantánea sensación de sofoco y se dará cuenta de que en ese lugar no hay demasiado oxígeno para todos.

De pronto, sin previo aviso, una señora con aspecto de muy pocos amigos y que recuerda, aunque sea sólo en actitud, a María Félix, grita a voces (que así dicen por aquí): ¡La fila afuera, la fila afuera! Acto seguido abre las puertas de par en par y, como si ventilara un garito apestoso, mueve las manos para que los distraídos de la fila salgan a la calle, ahí, expuestos al transeúnte que seguramente se pregunta qué es lo que regalan en el Consulado mexicano un jueves al mediodía.

Como debía ser (¿como debía ser?), la señorita que reparte las invitaciones está casi escondida en una esquina y entre las manos baraja un listado interminable de mexicanos deseosos de tomarse una copa con el excelentísimo embajador de México en España, Jorge Zermeño. Sí, señor, sí, el mismísimo ex diputado panista que, entre otras lindezas, llegó a afirmar que en México era necesario gravar los alimentos y las medicinas, y que lo del 2006, ya se sabe, nada de fraude.

La señorita me pide el pasaporte, anota mi nombre y el número de serie con letra bonita y chiquita y, tan pronto tengo las famosas invitaciones, salgo a tomar un poco de aire fresco.

Ante la mirada impasible de los leones del Congreso de los Diputados, camino hacia la rotonda donde me espera Neptuno y, acariciando suavemente las invitaciones a la celebración del aniversario de la Independencia mexicana, me repito una y otra vez: ¡Ah, cuánto extrañaba a los mexicanos!

2 comentarios:

Daniel Bernabé dijo...

Gran texto Jose Carlos, es un placer volver a leerte, hacía tiempo que no me pasaba por aquí y he visto que has vuelto a actualizar de nuevo. Un saludo

Margarita dijo...

Hola José Carlos... Di con tu blog por casualidad y me encantó este texto que has escrito sobre los mexicanos... Sobre todo la forma cómo lo desarrollaste.
Pero también veo que no tienes actualizado ya tu blog. Ojalá y sigas escribiendo, tienes un estilo ameno de hacerlo.
Saludos desde Valencia.