jueves, 14 de junio de 2007

Del miedo a las trivialidades

Dice mi caro maestro Augusto Monterroso en La letra e (librito que no me canso de (h)ojear de atrás para adelante y viceversa): “El verdadero escritor no deja nunca de escribir; cuando deja de hacerlo dice que lo pospone. En estas posposiciones puede pasársele la vida”.

Ya se sabe, si hay alguien a quien le haya preocupado la neurosis, el miedo, el pavor o el temblor ante la escritura, ése fue sin duda el buen Monterroso. Mucha gente que últimamente se entusiasma con las retahílas literarias de, por ejemplo, Enrique Vila-Matas, lo olvida. No importa... Ya publicaré aquí mismo un demoledor ensayo donde me encargaré de reivindicar la importancia de nuestro premio Príncipe de Asturias. O, por lo menos, buscaré la manera de comunicar al distraído lector de este cuadernito la manera en la que los temas del escritor que no escribe y del escritor que no lo es en verdad definieron una obra breve pero sustanciosa, casi casi espirituosa.

Como decíamos ayer... Desde que escribo en este cuaderno me he encontrado, invariablemente, con una disyuntiva que, si bien me deja dormir y comer, me impide encontrarme tranquilo. ¿Escribir o no escribir? Y, cuidado, la disputa deja de ser tan sencilla como parece. Me refiero a algo más complicado aún: escribir sobre cosas triviales con estilo o sólo escribir sobre cosas triviales.

Debo confesar que en algún momento me metí hasta los codos en el ciberespacio a leer, leer hasta el hartazgo los blogs que me encontrara. Evidentemente intenté ser selectivo. A fe mía que lo intenté. Pero lo que encontraba no iba más allá de los intereses desmedidos por la especialización en el campo que se les antoje o la franca y desnuda confesión. O peor, hubo incluso momentos en los que a todo esto se añadía un desaliño intolerable y una sarta de prejuicios que “me chocaban” (sí, a la mexicana, “que no aguantaba”). Total, llegué a la conclusión de que cualquiera podría escribir... Incluso yo... Así que encendí el “ordenador” (como le dicen por acá), y comencé...

Desde entonces y hasta la fecha transcurren los días y ante mí pasan las cosas, pasan... Y pienso: “Ah, ahora toca escribir sobre las elecciones autonómicas y municipales en España”; “ah, el alto a la tregua de ETA es un gran asunto”; “ah, cómo me gustaría hablar de la Feria del Libro de Madrid y lo que me gustan esas cosas”; “ah, qué bueno es Augusto Monterroso, voy a escribir algo sobre él”, “¡ah!, ¡oh!, ¡uh!! Etcétera... Y cuando me encuentro frente a la pantalla descubro que no puedo escribir con soltura sobre este o aquel tema porque ignoro algo o todo sobre este o aquel tema. (A la gente que escribe blogs se le olvida muchas veces lo importante que es opinar; opinar bien, quiero decir, opinar con responsabilidad, con conocimiento de causa...) Así que, como Leopoldo (el de los trabajos), abro una enciclopedia electrónica y busco bibliografía sólo para descubrir que, cuando estoy nuevamente ante la pantalla, ya hay nuevo embajador de México en España, a Bob Dylan le han asignado el Premio Príncipe de Asturias y Dino Saluzzi ya cuenta con un nuevo disco...

Enumero todas estas cosas y pienso: “Al hablar de las posposiciones, Monterroso se refería a la literatura... ¿Qué sería de mi obra si de pronto me sintiera escritor?” Averiguaré si existe una Fundación para Escritores Ágrafos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Veo que estás en España. Ahí se publica un blog en el que a México se le cuestiona su aportación a la cultura. No son pocos paisanos los que han sabido poner en su lugar al autor de esas tres entradas. Por si te interesa es :www://compostela.blogspot.com