sábado, 21 de abril de 2007

Un cuaderno bajo el cielo de Madrid

Con un poco de estupefacción e incredulidad observo la fecha de la última entrada en este intento de cuaderno de bitácora: más de cuatro semanas sin dar una sola noticia de vida o, lo que es aún peor, de inquietud alguna. Pero como ya lo había señalado Borges en un poema que él mismo no dudaría en llamar “memorable”, “los astros y los hombres vuelven cíclicamente”... Aunque en mi caso sólo sea a anotar con humildad y decidida vocación de constancia comentarios más bien prescindibles sobre esto o aquello, aderezados, quizá, con el interés que pueden despertar las apreciaciones de una persona fuera de su país que cuando escribe piensa en sus amigos.

Como sea, en descargo de mi conciencia debo decir que no he estado un solo momento ocioso. Tan es así, que a lo que me he dedicado durante estas semanas de inspiración estéril ha sido a acondicionar esta casa que algunos llaman blog y que yo, en un arranque de puritanismo o deformación profesional, no me atrevo más que a llamar cuaderno de bitácora o simplemente cuaderno. Es verdad, es verdad: a diferencia de un cuaderno ordinario, éste puede albergar no sólo imágenes, sino también audio y video, enlaces, notas de tremenda actualidad y curiosidades multimedia. Pero fuera de todo esto, que no hubieran imaginado los compulsivos escritores de diarios personales hace cincuenta o doscientos años, mi interés se centra en contar, como hacían los antiguos alrededor del fuego o ahora se hace en la sobremesa, aquello que por lo menos para mí tiene un interés determinado.

Así, quien haya visto la primera versión de este cuaderno podrá observar que, en primer lugar, le he dado una mano de color a la casa. De la plantilla gris y deslavada que servía de fondo he pasado a un azul intenso sobre el que se plasman caracteres de color más claro. No hay demasiada ciencia atrás de esto: quien haya diseñado las herramientas de Blogger sabía que muchas veces los incompetentes en materia de cómputo querríamos entrarle también y nos lo pusieron fácil. En segundo lugar, como el desenfrenado amante que soy de la música, me he dado a la tarea de averiguar cómo sería posible que los visitantes pudieran escucharla mientras leían mis ocurrencias o simplemente mientras mantenían desplegada la página, y al final lo logré. También me resultó sencillo, esta vez gracias a la indulgencia de los programadores que crearon ese cosa maravillosa que se llama Singing box, en la que pongo a disposición de quien quiera algunas de mis piezas favoritas y cuentos o poemas leídos por sus propios autores (aunque no lo parezca, este cuaderno tiene por principal interés la literatura). Hace un par de meses, cuando comencé a experimentar con la cajita que canta, tenía muy pocas grabaciones e ignoraba todo lo que a hospedaje de archivos de audio se refiere. Ahora puedo ufanarme de contar con una colección que se incrementa día a día y muy pronto podré “subir” (como se dice en la jerga) algunas selecciones donde retumban las voces de Borges, Cortázar, Joyce o Cocteau... Y, por último, en este cuaderno mío afloran algunas de las inquietudes que quizá las personas más cercanas desconocerán del todo. Me refiero, por ejemplo, a los enlaces. En ellos, antes que remitir a las páginas de nuestros escritores predilectos (lo haré más adelante), conduzco a quien lo desee hacia los portales de algunos de los medios de comunicación que más aprecio (las radios nacionales, por ejemplo), hacia algunos diarios y, por supuesto, hacia las páginas de los estupendos moneros mexicanos o hispanoamericanos, sin los que una parte importante de la historia reciente de nuestros países resulta ininteligible.

Como se puede apreciar, mis conocimientos en torno a la elaboración de cuadernos electrónicos (suena feo, pero ni modo) va in crescendo y amenaza con agregarme a sus huestes de bloggers, sindicados y adictos incondicionales... No me preocupa, en la medida en que podamos asumir esta herramienta prodigiosa para comprendernos mejor y, por supuesto, comunicarnos.

Mi cuadernito tiene el nombre de “Cuaderno de Madrid” porque ésta es la ciudad desde la que se escribe, éste es el fragmento de cielo que lo cobija. No pretende ser un cuaderno de crónicas o proporcionar notas sobre hechos locales, aunque eventualmente lo haga. En realidad, su finalidad es más sencilla. Pretende ser una síntesis de los blogs que existen; una suma de ciberperiodismo, artículo de opinión, revulsiva especialización en torno a un solo tema y confesionario (casi) sentimental. Así que no debe extrañar si un día aparece lo que el líder de la oposición en España, Mariano Rajoy, dijo sobre el presidente del gobierno español, otro día lo que pienso sobre ciertos sectores de la clase media mexicana, otro día un ensayo sobre Cervantes y otro más un texto donde doy cuenta del dolorido llanto que me produce que sean las seis de la mañana y que no pueda dormir.

Al final resulta que mi intención no es otra que aquella que movía a nuestro Augusto Monterroso (mutatis mutandis) a escribir eso que más tarde se llamaría La letra e: conocerme a mí mismo y conocer a los demás (presuponiendo, claro, que estarán “los demás”).


Yo soy ellos, que me ven y a la vez son yo, de este lado de la página o del otro, enfrentados al mismo fin inmediato; conocernos, y aceptarnos o negarnos; seguir juntos o decirnos resueltamente adiós.

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