lunes, 19 de febrero de 2007

Viajar en tiempos modernos


Alberto Manguel escribe en su columna Queridos personajes, de El país (17/02/07):

Robert Louis Stevenson, que no conoció la locura de los aeropuertos y de las oficinas de migración de hoy, afirmó que "es el viaje, no la llegada, lo que importa", y no hubiese admitido que peregrinaciones como las del Holandés o el Judío eran entendidas como represalias. Recorrer el mundo, ver paisajes distintos, descubrir costumbres extranjeras han sido actividades que, además de poseer el encanto de lo aventurero, han sido siempre recomendadas como la mejor educación posible, tanto para las frecuentadores de albergues estudiantiles como para los devotos del Club Mediterranée y de los programas de acumulación de millaje.
Hay un reverso a esta concepción stevensoniana, y es quizá ésta la que Jesús imaginó como punición para su ofensor. En esta versión, no se trata de viajar sino de huir. El Judío Errante debe dejar su tierra porque es perseguido, porque tiene hambre, porque no tiene trabajo. Debe escapar de la amenaza de los campos de concentración, de los gulags, de la llegada de tropas, de la instalación de empresas multinacionales, de la deforestación, de la sequía o de la inundación, de la dictadura militar o religiosa. Debe atravesar llanuras, cruzar montes, lanzarse en frágiles embarcaciones al mar con su cruz a cuestas, bajo los latigazos de la policía, entre los abucheos de la turba. Debe imaginar que en la otra costa habrá gente más generosa, más afortunada que él, que le darán acogida, que le permitirán llevar una vida descente, libre de una culpa que nunca fue suya. Debe esperar, en un centro de refugiados del sur de España o del norte de Francia, la llegada de un supuesto redentor, mientras, a lo lejos, se oyen implacables las trompetas prometidas.

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