miércoles, 21 de febrero de 2007

Babel


Es verdad, las opiniones en torno a Babel se multiplican y la mayoría de ellas, si no es que todas, la ponen por los cielos. Dicen que es una de las mejores películas de los últimos tiempos y que la mancuerna Iñárritu-Arriaga ha vuelto a hacer de las suyas. (Para el momento en que escribo esto la película ya acumula siete nominaciones a los premios Oscar, es la gran ganadora de los Globos de oro y hace ya casi un año que rompió con todo en Cannes.)
Independientemente de lo que diga "todo mundo", creo que es una película en la que la ambición rompe el saco o, como decimos por allá, en la que por abarcar mucho se aprieta poco. Antes de aguarle la fiesta a los admiradores incondicionales de este cine-pastiche, me gustaría subrayar cuáles son sus aciertos y en qué radica lo novedoso de su propuesta.
Pues he aquí que hay un planeta en el que se hablan muchísimos idiomas. Sí, a nuestra mente viene la famosísima ciudad fundada por Nemrod, aquella en la que se pretendía erigir una columna tan alta que pudiera servir como medio para alcanzar a Dios. Pero éste, con el fin de que los hombres no logren su cometido, confunde sus idiomas y la construcción de la torre se ve interrumpida. Esta decisión divina ya era vista en la antigüedad como una maldición, pues al confundirse los idiomas resulta imposible comprender a los demás seres humanos.
En efecto, en la película de Iñarritu los hombres no se comprenden porque hablan diversos idiomas, y algunas veces los idiomas tienen más poder sobre los otros. El policía gringo que reclama a Santiago (el personaje de Gael García) que salga del coche lo domina con su idioma, y la tensión en el espectador crece porque Santiago no entiende lo que se le ordena. Susan (Cate Blanchett) resulta herida en una comunidad campesina de Marruecos; en la expedición hay personas que hablan diversos idiomas y se preguntan unos a otros qué ha ocurrido. Cuando deciden ir a la aldea en la que un veterinario podrá atender la herida de bala que la mujer ha recibido en el hombro, la tensión se incrementa porque el idioma no permite a la gente saber qué ocurre con ella y la ayuda se ve dificultada. Una chica japonesa, Chieko, sordomuda, no puede escuchar lo que ocurre alrededor de ella e incluso llega a experimentar cierta marginación. Etc., etc.
Lo peor de todo es que, aunque se hable el mismo idioma, la incomunicación también puede ser total. Así ocurre entre la pareja Susan-Richard (Blanchett-Pitt), entre Chieko y su padre, entre los niños campesinos y su familia... Parece que con la película se nos quiere decir que muchas veces el drama de los seres humanos consiste en no comprenderse, o en no querer comprenderse.
Cada quien tendrá sus pasajes favoritos, pero los míos, definitivamente, son aquellos en los que se hace un somero retrato de los hábitos y las condiciones en las que se vive en la frontera entre Estados Unidos y México (Gael García manejando un coche en el que se escucha música banda formará parte de la historia de la épica moderna mexicana). Los actores, casi todos rescatables, alcanzan momentos de excelencia en determinados pasajes (Brad Pitt finalmente actúa y sufre ante un teléfono, hablando con su hijo que está al otro lado del mar; el niño marroquí más pequeño tiene un poder de persuasión absoluto y se revela como un guerrillero, en contraste con su pusilánime hermano). Y las locaciones, como debía ser, enfocan los lugares originales o los recrean de una manera impecable: los personajes sí están en Marruecos, en Japón y en la frontera mexico-yanqui...
Independientemente de sus virtudes, creo que se necesita haber visto muy poco cine para dejarse embaucar tan fácilmente. En Babel, el dúo Iñárritu-Arriaga repite uno de sus recursos más frecuentes (o, mejor, el único que dominan): la relación entre diversas personas tras un hecho desastroso. Así ocurríó en Amores perros (2000) y en 21 gramos (2003). Siguiendo este hilo, hace un momento comentaba el refrán de nuestras abuelitas: el que mucho abarca... Y, en efecto, el hecho de que nos quieran hacer creer que el ex cazador japonés se enterará de la bala que dispara un niño marroquí a miles de kilómetros sólo porque hirió a una ciudadana gringa ya suena un poco disparatado, aunque el rifle haya sido de ese ex cazador. Rasquemos un poco más por aquí. ¿Ustedes creen que un par de gringos insulsos va a desencadenar una conmoción casi mundial y un problema diplomático tan importante? Todo aquél que lee los periódicos y sabe un poco, lo necesario, de geografía, creería el asunto si ocurriera en Libia, en Irán o en Irak, pero ¡en Marruecos!
Es verdad que en la película se reflexiona un poco sobre el vínculo que hay entre los seres humanos en un momento en el que el capitalismo y las corporaciones se han adueñado de nuestra vida. Los medios de comunicación se propagan, se tecnologizan y lo que ocurre aquí, hoy, ya lo saben al otro lado del mundo, como si estuvieran aquí. Pero el concepto de globalización que tienen Iñárritu-Arriaga es más bien ingenuo. Para muestra, dos botones: 1) Blanchet-Pitt están en un lugar de bebidas, al aire libre, en Marruecos. Como buenos gringos, deben pedir para beber... ¡Coca-Cola! Y eso no es todo, encima debe haberla (si no light sí, por lo menos, normal). 2) Las cámaras nos muestran los edificios de Tokyo: luces, estructuras metálicas y de vidrio, altura y al descender... ¡un Macdonald's!
Lo que quiero decir con todos estos ejemplos sueltos es que en Babel, debido a su amplitud, los problemas y las características de cada una de las culturas que ahí se retratan se difuminan y, al final, se pierden. Lo que ocurre en Japón puede ocurrir en cualquier otro país de Occidente (Madrid, París, Londres, NY); los niños campesinos bien podrían formar parte de cualquier otra comunidad subdesarrollada (piénsese en Hidalgo, México) y los gringos... Bueno, ellos sólo hablan inglés y desatan crisis internacionales, como siempre... Hay, además, muchísimos hilos que al final de la película no se anudan, y el famoso final abierto que queda a veces tan bien, al multiplicarse, da al traste con una posibilidad que se multiplica al cuadrado (o sea, que se potencia y desaparece, presa de su propia ambición). Lo único verdaderamente valioso en la película es el retrato de la inmigración mexicana a Estados Unidos, las penalidades de la gente y los hábitos de estos. Quizá porque González Iñárritu es mexicano pudo ver con mayor claridad lo que el cine no había querido ver en las salas comerciales: lo abigarrado y extraño de un lugar fronterizo, donde todos los días se cruzan vidas y personas, unas frente a otras, de manera legal o sin papeles. No hay que olvidar que Arriaga hizo el guión de una película que filmó hace poco tiempo Tommy Lee Jones: Los tres entierros de Melquiades Estrada, ganadora en Cannes pero que duró poco tiempo en las carteleras de Madrid y el DF.
Sí, creo que México es otra realidad, y Babel ha sabido captarla de manera estupenda. Ese país, ay, tan peligro porque (como dice el paisano mal interpretado por Gael) está lleno de mexicanos.

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